sábado, 24 de abril de 2010

No me encuentro, by Risto Mejide

No me encuentro. No me hallo. Juraría que he mirado bien, me había dejado por aquí antes de vacaciones, y nada. He vuelto a mirar donde se solía guardar meses de abril y unicornios azules, y sólo he encontrado un pútrido septiembre que olía a meado de gato. También he vuelto a ponerme un reloj de pulsera y sólo he conseguido asfixiarme las venas e inesperados ataques de impuntualidad.

Esta rutina no me queda. Quieres decir que era la mía. Es como si hoy yo fuese el antes de mi después. Estoy aún más lento que de costumbre, aún más lerdo de lo normal. Que ya es decir mucha lerdez.

Esto me pasa por alejarme tanto. En kilómetros, en hábitos, en interés. Como ya debería haber aprendido, la fuerza de la gravedad es inversamente proporcional a la distancia entre objetos y/o sujetos. Y yo me he ido tanto, que no he podido regar los problemas que creía tener, y ahora vuelven todos leves, raquíticos, moribundos, enfermos de insignificancia.

Miro a mi alrededor, buscaré cómplices. Alguien que tampoco se encuentre. Alguien que tampoco esté donde tiene que estar. Todos parecen tan propios, tan presentes, tan bien preparados para aparentar preparación.

Pronto al verano le saldrá un lunes como a quien le sale un quiste y alguien tendré que ser. Si no, ya me dirás.

Igual me perdí en el vuelo de vuelta, como una maleta. Supongo que para eso me proporcionaron un catering inolvidable y una tarjeta de embarque que atestiguara que en algún momento me trajeron hasta aquí.

Espera. Igual me trajeron la maleta, sí, pero vacía. O sea, que he vuelto sólo en apariencia, y mi interior sigue de cachondeo por esos mundos de dios. Tampoco puede ser, de algún modo lo seguiría notando.

Calla, ya lo tengo. Llamaré a objetos perdidos. Ese teléfono tan desconocido y olvidable que suena en una oficina anónima que nadie sabe dónde está ni, por supuesto, cómo dar con ella. Oiga, no me tendrá usted por ahí. Lo sentimos, según su descripción, usted puede estar buscando a cualquiera, si no nos facilita más información no podemos ayudarle.

Papelitos. Papelitos colgados por las calles con el careto que tenía antes de mi desaparición y un teléfono. Eso siempre funciona. Respondo al nombre de Risto. Por favor, si alguien me ve, si alguien me encuentra, aunque sea por error, que me llame, que me escriba, que me diga dónde estoy. Se gratificará generosamente.

Cuelgo cien mil panfletos por toda la ciudad. Y me siento a esperar pacientemente a que alguien dé conmigo.

De pronto, suena el móvil. Es mi jefe. Pregunta qué es esa gilipollez de los papelitos. Antes de que se lo pueda explicar, me informa de que si no aparezco para el mediodía, me congela el sueldo, me releva del cargo, me escupe en el escritorio, se caga en mis muertos y me corta los huevos.
Mi identidad vuelve así como de repente.

Alegría desbordada.

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