sábado, 24 de abril de 2010

Okupamos el barrio del olvido. Desde hace ya un rato. Acudimos de tanto en tanto al barrio del miedo, nuestro barrio de siempre, aquél en el que crecimos, el que fuera levantado no hace mucho por políticos, profesores y madres que lo hacían sólo por nuestro bien. Pero nuestro vecindario de ahora mola mucho más. Aquí mandan las marcas, que tienen más dinero y muchos menos escrúpulos.

Y es que la gran alternativa al miedo es el olvido. El nuevo juego barra negocio se llama hacer olvidar. El pasado, los problemas o al vecino, da igual. El caso es borrar la memoria, sustituirla cada dos por tres, convertirla en material fungible y convertir nuestro álbum de recuerdos más personal, encuadernado con piel de gallina, en un triste bloc de post-it notes.

Lo sé porque, durante un tiempo, yo también he sido mercenario de la amnesia. Lo sé porque, de un tiempo a esta parte, lo vengo corroborando. La gente que más rápido olvida es gente de voto fácil, boca abierta y billetera feliz. Es la base de todo consumo. Sustituir viejos recuerdos por nuevas expectativas, dedicar cada vez menos tiempo al debe y mucho más al haber.

La melancolía, simiente de toda genialidad y romanticismo que antaño tantas buenas tardes nos diera, ha quedado relegada a su papel más injusto de toda la historia, venida a menos como algo triste, absurdo y rematadamente inútil. Estás obligado a mirar palante. Si no, estás 'anclado en el pasado'. Y a mí que siempre me da por pensar en que si tan malo es llevar ancla, por qué no la eliminarán ya de una puta vez de toda embarcación.

La palabra trampa es 'nuevo'. Nuevo como eterna promesa que jamás se cumple, porque muere en cuanto se hace mayor. Nuevo como infantil espejismo que se esfuma en cuanto se hace presente, como sinónimo irrevocable e indiscutible de algo mejor. Cuando, digo yo, que no siempre será así. Nadie me avisó de que, a partir de ahora, avanzar exigiría necesariamente quemarlo todo por donde venimos pisando. Ahí está el triste o nulo papel que juegan nuestros ancianos, que empiezan a serlo cada vez más pronto.

Pues yo me niego, oiga.

Me niego a olvidar. Con la misma fuerza que me niego a ser olvidado por aquellos a los que alguna vez quise. Por la misma razón que me llevó a decidir lo que acabé haciendo. Sentenciaba mi abuela que es de bien nacidos ser agradecidos, y yo me siento muy agradecido a lo bueno y lo malo que me trajo aquí, porque en algún sitio había que estar, y si éste es el mío, es mejor que ninguno, vaya que sí.

Pero es que hay mucho más. Que me encanta echar de menos. Que es de las cosas más bonitas que pueden pasarme por dentro. Saber que hay algo o alguien que está separado de mí por una distancia o un tiempo insalvables, y aún así, quererle bonito y desearle bien, pero de lejos. Y si encima sabes que es temporal, entonces ya es el no va más. Amar la ausencia del que va a volver tiene algo tremendamente excitante, la de rellenar su hueco con retales de sueño e ilusión.

Que extrañar tiene mucho en común con extraño. Que si la primera refleja lo que sentimos, la segunda debería indicarnos cómo no sentirnos ante lo que sentimos.

Y al final, este texto, oiga, que vuelve a no decir lo que quería decir.

No sé de qué me extraño.

16 de Enero de 2009 | Risto Mejide

Sí, es bonito echar de menos, me ha gustado ese punto de vista.

Porque sentirse triste es también sentirse vivo...

Oh sí, se echan de menos tantas cosas...!

Y si caen cinco, pues haber estudiado más, acción-reacción, la cosa es simple.

Tan simple como abrir el edredón y meterte al sobre a soñar con lo que tu caprichosa mente quiera imaginar.

Música? Cántame una nana por favor...

Se feliz!

2 comentarios:

Cristina Domínguez. dijo...

me encantan tus textos!! te sigo:)
dejo aqui el imo por si quieres pasarte
http://nicenotobesoalone.blogspot.com

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.