sábado, 24 de abril de 2010

Te callo tanto

Echo de menos un silencio. Un silencio de esos que callan y hacen callar. Un silencio de verdad, de los que dejan sordo. Un silencio lleno de cosas que decidan, por un momento, no hacer ruido.

Igual es que con los años, además de pelo, gracia, gusto y vista, pierdo también oído. Pero es que si te fijas, hoy todo es ruido. Como en aquella canción de Sabina, como en un viejo soneto de Tito Muñoz. Este jodido y mundanal ruido que chilla hacia arriba desde los bajos, bien molesto en el timbre, superficial en los acordes, previsible en la melodía e implacablemente cruel y uniforme en el mensaje.

La tecnología, democracia de altavoces y micrófonos, ha multiplicado varias voces para cada voto. Eso, que en un principio me hizo especial ilusión por poner al alcance de todos una cierta libertad de expresión, ha acabado por intoxicar de homogeneidad cualquier idea disruptiva y por dinamitar los frágiles límites de contaminación acústica. El resultado, se veía venir. El derecho se ha podrido en obligación.

Ya nadie guarda silencio. Hoy, todo es gasto.

Tan sólo nos queda algún minuto de silencio en los estadios de fútbol y exclusivamente tras alguna desgracia, así que ya me dirás.

Luego está lo de dejar la mente en blanco, vaya tontería. No sé la tuya, pero mi mente ya no tiene colores, sino sonidos. Lo difícil no es dejarla en blanco. Lo difícil ahora es que no emita o repita ningún sonido, ninguna voz, ningún mensaje.

Es como aquello de que el silencio es oro. Otra memez. El silencio es silencio. Ausencia total y absoluta de cualquier sonido. Y el oro, vil metal que lleva una cantidad de ruido asociado que ni te explico, desde su peso en quilates, hasta su correspondencia con el euro o con el dólar. Ruido internacional que encima cotiza.

Hay ruido de libros, de estrenos, de programas, de noticias, de series, de periódicos, de políticos, de período electoral. Hay ruido de amantes, de familia, de trabajo, de envidias, de amigos, de fiestas, de logros, de fracasos, de vanidad. Ruido de hartículos, ruido de mí, como si no hubiera ya bastantes letras ensuciando papel.

Todo tiene un sonido desde el momento en que todo tiene un porqué. Todo esconde la insana intención de captar nuestros ojos y oídos, antesala de esa pensión de mala muerte a la que llamamos memoria, que lleva directamente a nuestra billetera por el pasillo de nuestra cuenta corriente.

Y es que los verdaderos silencios están fabricados de espacios. A grandes espacios, grandes silencios. Así, uno entiende a los arquitectos de las catedrales medievales. Claro que eran espacios para, supuestamente, hablar con Dios. Y ahí ya estábamos otra vez jodiendo el silencio.

De ahí también el precio de la vivienda. Precio silencio metro cuadrado.

Como alguien dijo una vez, es fascinante comprobar que las noticias del día encajan siempre con las páginas de cualquier periódico.

En fin, que en vísperas de otra jornada de reflexión, ya te anticipo que mañana saldré a la calle con la misma esperanza de poder evitar, por un día, a esos señores tan chillones de los carteles, de los mítines, de las noticias, de mi propio buzón.

Señores, mi voz para el primero que se calle.

Señoras, mi voto para la última que me escuche.

RISTO MEJIDE

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